No ha pasado tanto tiempo desde que aparecieron las redes sociales. Sin embargo, me es difícil recordar cómo era la vida antes de ellas. Han cambiado el mundo de tal manera, que hoy en día es inimaginable sin mensajería instantánea, comunicación permanente y entretenimiento inagotable. Han traído consigo un sinfín de mejoras y comodidades a nuestra vida, pero... ¿han supuesto únicamente cosas buenas?
Parece
incuestionable que han enriquecido muchos aspectos de nuestra vida.
Por ejemplo, nos ha conectado con personas de cualquier parte, cuando
antes la distancia era un impedimento para tener relaciones,
profundas o superficiales. También, podemos comunicarnos con estas
personas desde cualquier sitio y momento, ya sea en nuestra casa, en
la calle, en el metro o en el campo, y sea por la mañana, tarde o
noche. Otro argumento a favor de las redes es su condición de canal
para la expresión de ideas y opiniones, lo que ha conseguido dar
cabida y visibilidad a posturas y problemas que antes pasaban
desapercibidos (aunque esto trae su parte mala, que lo hablaré en la próxima reflexión). Hasta ahora, solo hemos encontrado cosas
buenas, aunque... ¿y si estas cosas no fueran tan buenas como
parece?
Gilles Deleuze, entre sus aportaciones al conocimiento humano, propuso el concepto de Sociedad del control, evolución de la Sociedad disciplinaria. Deleuze predijo cual Nostradamus, observando y estudiando el mundo en el que vivía, que nos adentrábamos en una sociedad en el que cambiaría la naturaleza de los centros de encierro, lugares utilizados para la enseñanza forzada de los valores y límites necesarios para moldear y convertir a los individuos en ciudadanos disciplinados y aptos para la vida social. En la Sociedad del control, nunca se saldría de los centros de encierro: se fluctuaría de uno a otro sin estar realmente fuera de ellos en ningún momento.
Las redes sociales funcionan como estos centros de encierro de la Sociedad del control: nunca se sale de ellas. Lo que al principio parecía algo puramente provechoso tiene su lado oscuro; poder comunicarte desde donde sea y cuando sea implica estar conectado siempre a la red, conlleva que jamás se puede escapar de ella. Por otro lado, los dueños de estas redes recogen nuestros datos, lo saben todo de nosotros y venden la información; las redes son como granjas donde se cosecha la intimidad de las personas. Y, con esta información, eligen por nosotros lo que queremos oír, ver y comprar. En otras palabras, las redes sociales acaban socavando nuestras libertades individuales.Deleuze también decía que en los centros de encierro de la Sociedad de control, el individuo entra de forma voluntaria. Así ocurre con las redes sociales, en las que entramos “por nuestro propio pie”, entre comillas porque a menudo nos vemos forzados por la nueva estructura social, laboral y económica. Además, a diferencia de los medios de comunicación clásicos unidireccionales, como los definía la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, los nuevos son bidireccionales, el usuario participa en la conversación, en la emisión de mensajes, en su transformación en parte de la masa. El individuo acepta “voluntariamente” desindividualizarse.
Con esto, se me ocurre una pregunta de profundas implicaciones: ¿nos hacen realmente felices las redes sociales? Si la respuesta es “no”, debemos plantearnos por qué las usamos, por qué permitimos que nos dominen y nos quiten nuestras libertades. Sin embargo, si la respuesta es “sí”, debemos hacernos la pregunta que pondría en cuestión nuestra naturaleza y todo lo que creemos: ¿nos hace siquiera felices la libertad, o somos más felices controlados?
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